jueves, 18 de junio de 2009

Boletín Especial: La Espada de Simón Bolívar y la Patria (XXVIII)

El estado de abandono del Panteón Nacional es una grave ofensa a la memoria del Libertador (ver entrega anterior) pero al fin y al acabo, por notable que este haya sido, estamos realmente hablando de un ser humano.

¿Qué pensar entonces del estado de abandono en que se encontraba (hace ocho años, quizás ahora la situación se haya corregido) la Catedral Metropolitana, la casa del mismo Dios a quién se veneraba no solo como creador de la Gran Colombia sino creador del universo mismo? Porque allí también el repello de las paredes estaba desportillado, la barata pintura colgando en tiras de las enmohecidas paredes y monte y helechos prosperando robustamente en sus campanarios y cornisas (Pulsar aquí).

Hay que aclarar que lo del Panteón Nacional, no es culpa de los humildes obreros. Ellos no tienen porque tener el conocimiento emocional de lo que El Libertador debería significar para los latinoamericanos. Por otro lado, saben que no hay supervisión. Pero aun cuando el contratista fuera a revisar los trabajos, tampoco va a tener ese conocimiento emocional y por lo tanto encontrará la labor, sobradamente adecuada. Además se trata de otro negocio más.

[En cuanto a lo de la catedral ¿No es verdad que años atrás la prensa publicó la noticia de que Dios había muerto? A partir de entonces la gente dejó de ir a misa, no se confiesa no lee la Biblia, no conoce los mandamientos, no cuida los templos. Fornica, bebe, se droga, roba y asesina. Consecuencia de ese mismo desafortunado evento la curia diocesana se ha transformado, funcionalmente, en un cónclave político-social, totalmente ajeno a la masiva decadencia espiritual del pueblo. Antaño, pastorear el ahora descarriado rebaño, era su principalísima responsabilidad]

Ahora también, en las concentraciones y mítines públicos del PSUV y simpatizantes (estos últimos los 2.5 millones de espoleados empleados públicos) ocasionalmente aparecen afiches con el presidente Chávez portando el uniforme de gala del Libertador (hasta el color de la piel ha sido cambiado para que luzca cual mantuano de colonial estirpe). Los dos personajes están siendo fusionados como si una misma textura histórica los hiciera compatibles (pulsar aquí).

Pero no lo son: uno es La Gran Colombia, el otro, el caudillo de turno de la agotada Venezuela tercermundista.

Para completar el deprimente espectáculo de los chupamedia oficiales tratando por todos los medios de tapar el Sol de Junín con un grano de arena, ahora se comprueba que en el salón de ceremonias de Miraflores, la pompa y circunstancias del sitio han requerido que se baje la pintura del retrato del Libertador a nivel del piso, para que en las fotografías protocolares (durante la repartidera de espadas) el presidente Chávez luzca por encima de Bolívar. Este patético esfuerzo ya ni siquiera ofende: Es tan ridículo que mas bien da risa (pulsar aquí). Comparar con este otro presidente (pulsar aquì).

El incidente de la espada del 25 de julio del 99 pudiera marcar el momento cumbre del brutal proceso de trivialización de nuestra breve pero gloriosa historia (que se inicia en Caracas el 24 de Julio de 1783 y termina en San Pedro Alejandrino el 17 de Diciembre de 1830), proceso que ya había arrancado con gran ímpetu tras la proclama separatista del partido de Páez en Carabobo (23 de noviembre de 1829) y en Caracas (24 de noviembre de 1829) y con la instalación del Congreso en Valencia (30 de abril) y la infame proclama de Valencia (28 de mayo de 1830) que exige a Bogotá la expulsión de Simón Bolívar del territorio (es importante mencionar que dos miembros del congreso salvaron su voto: El Dr. Vargas y Manuel Urbina).

Con razón el moribundo en los momentos alucinatorios finales, haciendo acopio de la poca energía que aun tenía, intentó incorporarse de su lecho mientras balbuceaba sus últimas palabras “Vámonos… vámonos… esta gente no nos quiere en esta tierra… ¡Vámonos muchachos!... lleven mi equipaje a bordo de la fragata” (Hurtado Leña. El último viaje de Bolívar. El Desafío de la Historia. Año 1, No. 6, pp. 86-109).

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