viernes, 10 de abril de 2009

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (XXIII)

Epílogo

Presbítero Don Manuel Salvador Castañeda y Muñoz: En 1870 continúa la construcción de la catedral de Huehuetenango iniciada en Abril de 1867 por el Padre Juan Bautista de Teherán. Fueron cuatro años y medio de labores dirigidas por el Padre Castañeda a quien con frecuencia se le veía sobre los andamios pegando ladrillos, tirando la argamasa sobre los repellos o diestramente utilizando el formón o el escoplo de carpintero. Cuidó y decidió sobre todos los detalles, grandes o pequeños de la obra. Finalmente, el 8 de diciembre de 1874, la catedral fue consagrada, en misa solemne oficiada por el mismo Padre Castañeda.

Serapio Cruz (alias “Tatalapo”, alias “Azote de Dios”): Después de la derrota sufrida en Huehuetenango en 1869, Cruz “huyó inmediatamente hacia las vecinas Verapaces picando la mula de día y de noche hasta caer finalmente en manos de los Palencianos que lo mataron el 23 de enero de 1870 y le cortaron la cabeza para clavarla en una pica y pasear el despojo sangriento por las calles de la capital”.

Justo Rufino Barrios: En 1873 y mediante golpe de estado se hace Presidente de Guatemala, momento en el cual firma el llamado Tratado Herrera-Mariscal de límites con México. En dicho tratado Guatemala renuncia a toda pretensión sobre la región de Soconusco, declara legal la anexión del gran Estado de Chiapas a México y también renuncia a sus créditos contra México sin recibir compensación alguna. Excelentes dividendos para México a cambio de unos cuantos rifles Rémington 63 y otros pertrechos de guerra entregados a Barrios en 1869!
Barrios murió de un tiro por la espalda, probablemente asesinado por uno de sus soldados en 1885.
Chiapas (Soconusco es un municipio de Chiapas) formaba parte de la Capitanía General de Guatemala. Tiene la población indígena más alta de Centro América (incluyendo a México) y sus antepasados maya construyeron la asombrosa ciudad de Palenque. Lingüísticamente, Chiapas y Guatemala son las dos únicas regiones de la geográficas que utilizan sistemáticamente el voseo (vos en lugar de tú) aunque es de uso ocasional en otros países de Centro América, Colombia, Venezuela y Argentina. La conexión histórica, geográfica, étnica y lingüística deja pocas dudas al respecto de que Chiapas era parte de Guatemala y de que debió continuar siendo parte de su territorio.
Barrios fue un gobernante tiránico en extremo y muy vengativo (en particular con la comunidad de Huehuetenango, “donde se cobró con creces el llavinzazo de tiro largo con que Justo Gómez lo tumbó en la acción del 7 de diciembre de 1869”): Expropió propiedades, fusiló a muchos sin causa ni juicio, especialmente bárbaro el fusilamiento en masa de diez y siete vecinos de Soloma (14 de septiembre de 1884) donde obligó a los vecinos (incluyendo niños) a presenciarlo, en la propia plaza de Soloma. Muchos fueron exiliados y otros huyeron voluntariamente. Creó en el pueblo un régimen feudal obligando a sus pobladores a empedrar avenidas, levantar puentes y edificios sin más remuneración que una disminuida dieta de tortillas y caraotas negras).
Por otro lado este caudillo encabezó un régimen liberal sin precedentes, retirando los privilegios de la aristocracia y clero, confiscando enormes propiedades de este último grupo, construyendo numerosas carreteras, introduciendo el ferrocarril, el telégrafo, educación laica gratuita y muchas otras cosas de gran beneficio social. Por eso se le llama “El Reformador” y la más bella avenida y paseo de la ciudad capital de Guatemala, construida durante su gobierno, repleta de grandes árboles y hermosas estatuas de la época, tiene por nombre Avenida Reformador.
Sin embargo, los anteriores logros no compensan en lo más mínimo el enorme daño causado al territorio nacional, disminuido en 40% con la firma de Tratado Herrera-Mariscal ni mucho menos el causado con los miles de seres humanos muertos, exilados, encarcelados, torturados y abusados por su régimen.
Uno de los exiliados (del retrógrado gobierno del General Carrera, que precedió a Barrios), fue el poeta huehueteco Juan Diéguez Olaverri. En el exterior, inspirado por el terruño del que se vio alejado por tantos años, compuso uno de los más bellos y sentidos poemas que yo haya leído, A los Cuchumatanes, pero que en realidad es un canto a la patria chica.

sábado, 4 de abril de 2009

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (XXII)

Mientras tanto la balacera continuaba. Arriba, entre los andamios de la construcción, uno de los defensores, el humilde cazador de venados Justo Pérez (y por ello hombre de muy buena puntería), observó detrás de la línea de fuego un bulto que agazapado encima de una pared quemada hacía disparos regulares con un palo largo que parecía uno de esos ‘remitos’ “que bía dicho mi teñente”. Afirmaba que por habérsele acabado las postas, antes de hacer el tiro largo había cargado su “camoya” con la llave de su candado. El disparo fue certero y el bulto se desplomó al suelo. La estrategia de los francotiradores del Capitán Colange acababa de rendir su mejor fruto.

Porque el caído no era un bulto cualquiera sino que se trataba del caudillo mismo de los facciosos, el “General” Justo Rufino Barrios.

Con esto cundió el pánico y la derrota para los atacantes. Al toque de campanas de la iglesia que usaban como improvisado cuartel, desordenadamente se llevaron a Chiantla las armas y los heridos que pudieron, incluyendo tres coroneles y al propio General Barrios, este último amarrado con mecate, pial y mecapal sobre la espalda del indio Mingo de Aguacatán.

Varios de sus jefes de alta graduación fueron muertos, incluyendo Ramón Cruz, hijo predilecto de Serapio Cruz, que fue sepultado en Chiantla (excomulgado por la quema de la iglesia del Calvario, la Virgen del Rosario y muchas imágenes de santos). Al descontar a los muertos (más de 200) y a los desertores, el grupo guerrillero que buscó refugio en Chiantla, no pasaba de 300 individuos (según informe del Corregidor).

Sin embargo, atrás dejaban al pueblo de Huehuetenango en ruinas, dos tercios de sus casas totalmente quemadas (90 viviendas), 200 muertos y las cruentas heridas emocionales causadas por las violaciones y la orfandad contemplada, los hijos asesinados, los gritos de los quemados y de los heridos. La pérdida de los escasos bienes de sus habitantes “había reducidos a la mendicidad a la casi totalidad de sobrevivientes” como reza el parte del Corregidor, el valeroso Capitán Aquilino Gómez Calonge.

Con acierto este Capitán afirma también en su informe que no puede señalar a ninguno de sus subalternos o soldados en particular como distinguido por su valor y disposición en el combate “porque todos ellos con igualdad pelearon como héroes sin que desmayara un solo instante su intrepidez habiéndose hecho todos acreedores a la gracia del Supremo Gobierno”.

“En aquel ambiente de ruina, terror y desdicha en que quedó sumido el pueblo −continúa Horacio− hasta los más optimistas pensaron que la obra del Padre Teherán quedaría abandonada, permaneciendo quien sabe por cuantos años, erizada de largueros y parales que la intemperie y el tiempo irían desmenuzando poco a poco”.

Estaba ya por concluir lo que para la población había sido el infausto año de 1869.

Afortunadamente no pasarían muchos meses antes que la situación cambiara dramáticamente: Los tiempos (por no decir la era) del Padre Don Manuel Salvador Castañeda y Muñoz estaban a punto de comenzar. Pero esa inspiradora historia la transcribiré (del libro de Horacio “La Catedral…”), muy a mi pesar, en otra oportunidad.

miércoles, 1 de abril de 2009

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (XXI)

“Al día siguiente, 6 de diciembre de 1969, de madrugada, los invasores atacaron la población por todos los puntos cardinales, procediendo antes de que se intercambiara un disparo, a saquear y luego incendiar las casas, de la periferia al centro. Pero la suerte quiso que encontraran en varios de estos puntos, alambiques clandestinos para destilar aguardiente. La salvaje montonera, que había recibido autorización para saquear, violar y matar a como se les antojara, no vieron inconveniente en lanzarse a una masiva libación, tan generosa y bárbara a boca de garrafones, ollas y alambiques, que el grueso de las fuerzas vernáculas del primer asalto, se incapacitó para la lucha quedando sus elementos en tierra, con el filudo machete en las rodillas, o la escopeta inútil entre las desmayadas piernas. Una buena parte de estos murieron abrasados en el incendio que ellos mismos habían provocado”.

“El segundo y más numeroso contingente de insurrectos atacó ahora la plaza. Gómez Colange, su heroico defensor, solo contaba con 200 hombres, entre soldados y milicianos y 76 fusiles de chispa que cargaban por la boca y al máximo de su rendimiento podían hacer hasta un disparo cada tres minutos. Pero hábilmente atrincherados como estaban y con sus francotiradores en buena posición, los hombres del Corregidor Colange, durante 25 horas de fuego vivo rechazaron una y otras vez todos los asaltos de las huestes de Barrios y Cruz.

“En medio de lo más nutrido del fuego, el Padre Teherán, bajo amenaza de fusilamiento, tuvo que llegarse hasta donde se encontraba el cruel Serapio Cruz, quién lo obligó a que fuera a decirle al Señor Corregidor que se rindiera o terminarían de prenderle fuego al resto del pueblo y a la iglesia y a la imagen misma del Cristo. `En el acto me hinqué de rodillas −escribe el Padre Teherán en su informe final a las autoridades eclesiásticas− y le pedí con mil súplicas que no lo hiciera. Pero Cruz enseguida ordenó a unos indios de Nebaj y Aguacatán que estaban con las cargas de ocote en los hombros (el ocote es una madera muy resinosa que arde con gran facilidad), que fueran a prender a las iglesias y los indios viéndome a mí hincado a sus pies no lo obedecieron y tiró la espada y les pegó a los tres.

“Entonces me levanté −continua el sacerdote− y con bandera blanca salí y me tiraron de uno y otro bando, rasgando mi sotana y rozando mi oreja derecha quedando por ello un poco sordo. Hablé con el Corregidor y me contestó que no se rendía, volví a Cruz con la contestación de la plaza y le dije que si quería los cañones y las armas que se acercara a tomarlas y que el Señor Corregidor y toda la fuerza se los entregaría cuando muriera el último soldado, me habló muy mal y me amenazó otra vez con que me iba a fusilar y que volviera a hablarle al Corregidor y al retirarme una bala le mató el caballo y en la confusión escapé y volví a la iglesia que ocupaban sus fuerzas y saqué la plata y los libros parroquiales que pude tomar y salvar y a las 7 de la noche salí de la iglesia y por un milagro salve la vida pues los hombres de Cruz me tiraron tres tiros`”

Después el Padre Teherán incluye la siguiente reflexión en su reporte: “Observé en Serapio Cruz, en sus ojos fríos, en su siniestro semblante y en las palabras que me dijo, que una mano oculta le impulsa para matar, incendiar, quemar las iglesias y reducir a cenizas este pueblo y advertí que estaba tan fuera de sí, que se me representó como Atila −azote de Dios” (lo mismo hubiera podido decirse de José Tomás Boves, el Atila venezolano, muerto de un lanzazo en Urica, en el año de 1814)