sábado, 21 de febrero de 2009

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (X)

Estos íconos patrios pueden consistir en “objetos físicos participantes” de varios de sus momentos históricos o hechos heroicos, tales que se les considere decisivos en la vida de la patria. Algunos son estructuras, terrenos, documentos autógrafos y hasta grandes leyendas edificadoras. Quizás se trate del sitio de nacimiento de algún personaje significativo o el campo donde se libró alguna gloriosa batalla.

La gran mayoría de estos nobles objetos representa instancias específicas o puntuales del desarrollo de la patria. De todas maneras los ciudadanos los guardan reverentemente porque son fragmentos tangibles de la patria que aman.

Sin embargo, en raras e inusitadas instancias, un objeto por sí solo pudiera contener la representación absoluta y completa de la patria. Tal es el caso de la espada de Simón Bolívar. Esta espada (o espadas, no importa cuantas con tal que hayan sido empuñadas por el Libertador) representan de principio a fin la gloriosa gesta independentista liderizada por el gran Templario Secular de América.

Esto tendría que ser para nosotros de gran valor porque estamos escasos de auténticos materiales históricos, sea porque se han extraviado (el documento original de la declaración de la independencia) o porque se les ha tomado a menos (por ejemplo la constitución, de la cual hemos tenido cerca de veintiséis versiones diferentes, todas vigentes en su momento y moribundas con la llegada de cada nuevo madrugonazo, cuartelazo y su caudillo correspondiente).

Además este objeto (La Espada) adquiere particular vigencia en vista de que la patria, como entidad que debiera estar fuertemente enraizada en la sagrada custodia del corazón de los individuos, ha decaído y degenerado para convertirse en grotesco patrioterismo, cuya esencia es estrictamente superficial y externa: gestos y poses. El patrioterismo está enraizado en taguaras, balcones, desfiles y plazas.

Pero es que ni siquiera la última recomendación final del Libertador, emitida al Congreso de Colombia el 20 de Enero de 1830, a menos de once meses de su muerte, tuvo el resultado que nos suplicaba: “Permitiréis que mi último acto sea recomendaros que protejáis la religión santa que profesamos, fuente profusa de bendiciones del cielo”.

Tristemente y al igual a lo que sucedió con la patria, nuestra creencia principal también degeneró y es ahora más superstición que religión: Velas, rezos, imágenes… mayormente alrededor de José Gregorio Hernández, María Lionza, Guaicaipuro y, en obscuras laderas y quebradas, hasta del mismísimo Mandinga. Nadie lee ni analiza las escrituras; poquísimos comprenden lo que significa ser cristiano (¿No mentir, no codiciar, honrar a nuestros padres? ¿Honrar a Dios todos los domingos, no matar, no desear la mujer del prójimo? ¿No adorar imágenes? ¿No usar el nombre de Dios en vano?)

Por último, ¿Qué fue del cúmulo de enseñanzas y admoniciones que nos dejó Simón Bolívar? ¿Qué quedó de sus veinte años de consagración a la patria? A juzgar por nuestras interminables guerras, golpes de estado, cuartelazos y asonadas, del continuo desorden social, de la desunión y del constante sufrimiento humano acaecido sin interrupción en los 179 años transcurridos desde su muerte, uno puede afirmar que el maligno fuego fratricida de esos años redujo a cenizas estas enseñanzas y que el galopar de las salvajes montoneras (de ayer y de hoy) terminó dispersándolas al viento hasta no dejar rastro de ellas. Lo que vemos ahora son estatuas ecuestres, ofrendas florales, discursos, gritos destemplados.

Por eso es que aun cuando a toda hora su nombre es llevado de aquí para allá, “como bandera tras la cual quien la empuña busca u oculta algo” la persona del Libertador se hace cada vez más distante y su voz y mensaje se desvanecen y apagan en medio del vulgar estruendo de nuestras diatribas y diarias transacciones mundanales. El personaje hace rato que nos parece más bien un mito que una realidad (porque no dejó huella… o si la dejó, ¿Dónde está?). Igual fenómeno ha ocurrido con Jesucristo y aun también con el mismísimo Don Quijote.

Pero la presencia de la Espada hace trizas la idea de un Libertador mitológico, de la misma manera que la Biblia reafirma la existencia del Ungido y también, ¿porqué no? el libro de Cervantes le da vida al hidalgo Quijana (mejor conocido como Don Quijote de la Mancha). Pendejos si. Personajes mitológicos… jamás.

[“Un Miembro de la Orden de los Templarios es un valeroso caballero con todos sus flancos asegurados, ya que su alma está protegida por la armadura de la fe, de la misma manera que su cuerpo está protegido por una armadura de acero. Así, doblemente armado, no le teme ni al demonio ni a los hombres.”]
Bernard de Clairvaux, c. 1135, De Laude Novae Militae—In Praise of the New Knighthood.

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (IX)

Según se propuso en boletines anteriores, La patria es el espíritu del país y es lo que define y ennoblece, a los ojos del mundo, las manifestaciones de la nación. (Ir a: http://rectorgalindoutm.blogspot.com/2008/12/boletn-especial-el-libertador-simn_31.html)

El espíritu del país (la patria) debería residir en la mente de cada habitante y formar allí un equilibrado complejo de racionalidades y emociones. Este es un proceso paulatino que se extiende a lo largo de la vida del individuo a medida que el mismo se esfuerza primero por conocer, entender y apreciar la historia (tanto de sus antepasados y próceres de la patria como la historia presente que le toca vivir y también labrar) y segundo por reconocer, entender y apreciar la importancia de las leyes naturales que rigen el entorno físico del territorio nacional. “Los hombres deben prepararse” —dijo Simón Rodríguez— “si quieren obtener el goce de la ciudadanía”.

Este proceso es el que transforma al habitante de un país en ciudadano. Una mayoría de ciudadanos así enaltecidos, crean una gran patria en cualquier país.

Los que a pesar de tener suficiente capacidad para adquirir ciudadanía, ignoran la historia y no tienen escrúpulos en destruir los recursos naturales, no son ciudadanos porque no les interesa conocer la patria y en consecuencia son incapaces de amarla. Estos son los nacionales apátridas (Ir a: http://rectorgalindoutm.blogspot.com/search/label/nacionales%20ap%C3%A0tridas )

De igual manera, pero sin que sea su culpa, las masas paupérrimas tampoco tienen patria, no la conocen. ¿Cómo pueden conocerla si su prioridad es sobrevivir día tras día? El presente grita, dicen, la historia susurra.

Tristemente, la patria no es inmortal y puede ser destruida. Sin embargo ni la guerra más cruenta, ni las epidemias más diezmantes ni las mayores catástrofes naturales pueden lastimarla en lo más mínimo.

La patria solo puede ser destruida por esa infernal maquinaria de mediocridad y violencia que se llama Darwinismo social. Este proceso actúa como un cáncer interno dispersando metástasis mortales a todos los órganos esenciales del país, a todas sus instituciones, dependencias administrativas y cuerpos deliberantes, a los centros de educación, a la prensa, a sus centros religiosos. El resultado es el tercermundismo y el montón de sus nacionales apátridas (Ir a:
http://rectorgalindoutm.blogspot.com/2008/08/darwinismo-social-y-tercermundismo-en.html
Al igual que el alma (independientemente de la idea que se tenga o no se tanga de la misma) la patria, como entidad inmaterial, no puede ser descubierta o analizada mediante procedimientos experimentales de las ciencias naturales. Pero como veremos enseguida, existen elementos concretos que testifican y son prueba de su existencia. Estos son los íconos de la patria.

viernes, 6 de febrero de 2009

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (VIII)

Veinte años después de la muerte del Libertador, la Gran Colombia hacía rato que había dejado de existir, su cuerpo desmembrado sin miramientos y los restos en posesión de la jauría. El destino que le espera a esos cinco pedazos de territorio, tras ganar su “otra independencia”, va ser horroroso, fratricida, caótico y la situación de los mestizos e indígenas que componen la mayoría de sus pueblos, iba a ser de miseria, sufrimiento y explotación. Este cuadro, incluyendo una política de exterminio y genocidio de las tribus indígenas, irá de mal en peor, día a día hasta la fecha.

El Sol de Junín, el más Grande Hombre jamás parido en nuestra América, el Libertador Simón Bolívar, tenía más de 20 años de haber muerto cuando, según lo describe Arturo Uslar Pietri, en medio de la noche helada del deslumbrante altiplano andino, en el Pueblo de Azángaro cerca del lago Titicaca, un distinguido viajero francés busca posada inútilmente entre las cerradas casas de la aldea. Finalmente se detienen a la puerta de un tenducho por donde asomaba la temblorosa luz de una vela. El arriero habló con el dueño que se divisaba detrás del mostrador. Era un viejo de cabeza blanca de más de ochenta años, fuerte contextura y cubierto de un sucio poncho amarillo. Invitó al francés a entrar.

Pasaron a la trastienda que “parecía servir a la vez de cocina, de laboratorio y de alcoba”. Una india acurrucada ante el fuego preparaba la cena. El recién llegado fue descubriendo en sucesivas sorpresas la personalidad de aquel extraordinario posadero, que poco a poco comenzaba a hablarle con toda naturalidad en francés.

Hablaron de historia, de arqueología, de ciencias naturales, mientras comían una magra cecina. Le cuenta las cosas más tristes y las más brillantes de su vida y algunas las adultera como con el inconsciente propósito de escaparse de la realidad.

“Cansado de vagar de una ciudad en otra, llegó al fin el día en que me establecí en Azángaro, donde comencé a fabricar velas de sebo: la que nos alumbra es obra mía… ya me queda poca vida, ¿De qué me serviría persistir en una quimera irrealizable, rodeándome de cuidados?”.

Pero tampoco se queda allí —continua narrando Uslar Pietri— No quiere detenerse ni para morir. En 1854, este viejo tendero, cuyo nombre era Simón Rodríguez, el maestro, amigo y compañero de viaje de Simón Bolívar, cierra los ojos en el pueblo de San Nicolás de Amotape.

Lo más de su obra queda inédito. Había hecho todo lo posible por publicarla. Temía “dejar de un día para otro un baúl lleno de documentos e ideas para pasto de algún gacetero”. Aquel baúl, (lleno de historia), después de rodar como su dueño, vino a parar a Guayaquil. Allí se estuvieron haciendo gestiones ante el Gobierno ecuatoriano para lograr la publicación de los manuscritos, hasta que en 1896 (¡cuarenta y dos años después de la muerte de Simón Rodríguez!), el incendio trágico que destruyó la ciudad los redujo a pavesas (Arturo Uslar Pietri, Letras y Hombres de Venezuela. Monte Ávila, Caracas, 1993, p. 81)

Con esto la llama de la patria se apagaba para siempre. Porque bien pudiera ser que todavía ande por aquí y por allá, ¿pero donde?

De esta manera, la amenaza de Rodriguez de guardar silencio parece haberse hecho realidad ese fatidico año de 1896: Rodrìguez en 1837 le escribe a un amigo "Ya Usted sabe: yo, ni insto, ni apelo ni emprendo justificarme; con paciencia lo compongo todo y mi venganza es el silencio..." (Josè Gil Fortul, Historia Constitucional de Venezuela, 3a Edicion revisada, Editorial "Las Novedades", MCMXLII, p. 292).

En el Siglo XVI, el gran poeta español Don Luis de Góngora y Argote escribió el siguiente soneto, el cual como no tiene nombre yo titulo “Patria”:

De pura honestidad templo sagrado,
Cuyo bello cimiento y gentil muro
De blanco nácar y alabastro duro
Fue por divina mano fabricado;

Pequeña puerta de coral preciado,
Claras lumbreras de mirar seguro,
Que a la esmeralda fina el verde puro
Habéis para viriles usurpado;

Soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
Al claro Sol, en cuanto en torno gira,
Ornan de luz, coronan de belleza;

Ídolo bello, a quien humilde adoro,
Oye piadoso al que por ti suspira,
Tus himnos canta, y tus virtudes reza.

(Luis de Góngora, Poesías Selectas. Rodesia, España, 2001, p. 9)

lunes, 2 de febrero de 2009

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (VII)

Es extraordinario saber que el Libertador recibía inspiración y aprendizaje de los mismos paisajes por donde transcurrió tan dificultosamente cuando luchaba por nuestra independencia. Él conocía muy bien el soberbio territorio de la Gran Colombia, de una costa a la otra, de un océano al otro y desde lo más alto de las cumbres Andinas hasta las planicies del Orinoco.

¿Cuántas veces en esas altísimas cimas, el entonces vigoroso Bolívar (de baja estatura, cuerpo compacto, ojos negros inquietos y penetrantes como de águila, pelo negro y algo crespo, la tez tostada por el sol por los rigores de la intemperie y marchas forzadas por distintas latitudes —descripción hecha por el traidor Páez en su primer encuentro con el máximo Héroe de América—) envuelto en su ruana saldría de su vivac para meditar, mientras contemplaba el despejado cielo nocturno? ¿La Vía Láctea, el esplendoroso conjunto de cinco estrellas de primera magnitud alrededor de la Cruz del Sur? ¿La importantísima estrella Polar tantas veces vista en sus viajes por alta mar? ¿La “tetera” (Sagitario, el arquero) sitio de mayor densidad de estrellas en el firmamento porque en esa dirección está el centro de la Galaxia? ¿Le habrá intrigado ver (a simple vista) el notable cúmulo globular de estrellas ubicado en la panza del Centauro? Este magnífico grupo (Omega Centauri) tiene para mí especial significado (ver imagen).

Por consiguiente hemos heredado de Bolívar esta otra perla preciosa (totalmente oculta todavía para la inmensa mayoría de nuestros habitantes) cual es la de que hay un excelso mensaje en la naturaleza, escrito en el que todavía es el imponente paisaje de nuestro país (ir al boletìn anterior para leer esta parte del discurso del Libertador).

Sin embargo estemos claros también que la destrucción de ese paisaje, que heredamos sin que nos haya costado absolutamente nada, también destruye el recado que está allí escrito. Bolívar dijo que este mensaje, de ser entendido y aplicado por los congresos y autoridades, sería motivo de felicidad para los ciudadanos (Mensaje del Libertador al Congreso Constituyente de la República de Colombia del 20 de Enero de 1830).

De esta manera la patria era una idea concreta en la mente del Libertador. Por un lado, el apoteósico territorio americano que concebía sin fronteras divisorias. A esto conjugaba la historia política de Europa y Norteamérica, todo lo cual Bolívar también conocía casi de primera mano, por haber estado allí y por su incuestionable erudición. A esto sumaba su visión del futuro histórico para la región, considerando este como continuación natural de la historia de Inglaterra, España y los Estados Unidos.

Pero en esos momentos Simón Bolívar era la patria y la patria sufría. De manera similar al otro Mártir que al entrar al tenebroso jardín perdía control de los eventos, permitiendo que estos lo controlaran a Él, así también el Libertador, empujado por eventos que no podía ya modificar, empezó su larga y penosa marcha hacia San Pedro Alejandrino adonde llegaría el fin de su mortal existencia.

A medio camino sin embargo, su atribulado espíritu todavía habría de recibir dos horribles e inesperados golpes: La infausta noticia del asesinato del Abel de Colombia (El Mariscal Sucre) como lo llamó Bolívar transido de dolor paternal. Más adelante arribaría el odioso beso del Judas venezolano (Páez) bajo la forma de una ofensiva proclama donde se calificaba a Bolívar de “traidor a la patria y se indicaba que el Congresos había decidido no tratar con el gobierno de Colombia mientras Bolívar permaneciera en ese territorio”. Para rematar esta despreciable bajeza, el gobierno colombiano permitió su publicación en la prensa del país. Esta terrible afrenta, dice José Manuel Restrepo, “empeoró su salud y obró profundamente en su alma. La devoró profundamente hasta el sepulcro” (Miguel Hurtado Leña, El Último Viaje de Bolívar. El Desafío de la Historia. Macpecri, Año 1, No. 6, 2008, p.89)

Pero la patria no moriría ese 17 de Diciembre de 1830. Todavía se demostraría en la potente alegoría de una temblorosa y pequeña llama iluminando apenas un humilde cuarto situado en el frío altiplano de los Andes peruanos.

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (VI)

La patria reside en la mente y corazón de los ciudadanos y, parafraseando a Ricardo Güiraldés (Don Segundo Sombra), es llevada por estos “sacramente, como la custodia a la hostia”.

La patria es el resultado de un esfuerzo continuo, definitivamente placentero, efectuado simultáneamente en dos direcciones, siendo este un proceso de aprendizaje que se retroalimenta asimismo de manera positiva por las experiencias vividas primero, en la percepción del entorno y en la gradual comprensión de las leyes que rigen sus mecanismos y manifestaciones. Este es el país físico, el cual se irá extendiendo por todo el continente, globo terrestre y universo, porque no hay una frontera geográfica que nos permita saber donde termina nuestro país y donde comienza otro: un río, el lomo de un cerro, pueden ser usados a manera de mojones limítrofes pero solo en una forma convencional y teórica. Se adivinan en los documentos pero no en el terreno. El segundo componente es consecuencia del desarrollo del lenguaje, el cual se inicia y ejercita mediante el conociendo en narrativa, del devenir y la memoria y cuenta de nuestros padres, abuelos y familiares. Gradualmente el niño, después el joven y más tarde el adulto conocerá leyendas y cuentos de personajes míticos pero también relatos del resto de sus conciudadanos. Mediante la lectura de libros serios y el concurso de otros mecanismos de estudio, conocerá los anales del país y hasta del mundo. Este es el país histórico. Esta historia local y nacional necesariamente nos ha de transportar más allá de nuestras fronteras porque todo está interconectado y todos ejercen un efecto en nosotros y nosotros en ellos. Esto hace que la historia sea una narrativa sumamente interesante y entretenida. Màs detalles en: http://rectorgalindoutm.blogspot.com/2008/12/boletn-especial-el-libertador-simn.html.

Simón Bolívar lo expresó con característica elocuencia y claridad ese 20 de Enero de 1830:

“Por lo demás hallaréis también consejos importantes que seguir en la naturaleza misma de nuestro país, que comprende las regiones elevadas de los Andes y las abrasadas riberas del Orinoco: examinadle en toda su extensión, y aprenderéis en él, de la infalible maestra de los hombres, lo que ha de dictar el congreso para la felicidad de los colombianos. Mucho os dirá nuestra historia y mucho nuestras necesidades: pero todavía serán más persuasivos los gritos de nuestros dolores por la falta de reposo y libertad.

Leemos en lo anterior, el pensamiento bolivariano de la patria, la tierra majestuosa y su historia, como los dos componentes del gran molde creador de ciudadanos. Pero el presente era entonces, como ahora, más conminatorio, porque como Bolívar dice al final de este corto discurso:

“¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás”.

Adviértase que dice que el bien que hemos adquirido es “la independencia”, no “la libertad” porque entonces al igual que ahora, somos legalmente independientes pero no somos libres. Aquí no me refiero a la libertad de prensa o la libertad de opinar o disentir. Me refiero a la libertad que confiere el bienestar y la prosperidad individual y colectiva y sin las cuales las demás no tienen sentido (“…serán más persuasivos los gritos de nuestros dolores” —dijo el Libertador—“por la falta de reposo y libertad”). Independientes, si, pero felices y libres, no.

En este discurso político final, el breve Mensaje al Congreso Constituyente de la República de Colombia, el 20 de Enero de 1830, el extenuado héroe emite un patético lamento:

Demasiado ha sufrido la patria con estos sacudimientos, que siempre recordaremos con dolor; y si algo puede mitigar mi aflicción, es el consuelo que tengo de que ninguna parte se me puede atribuir en su origen”

¿Cómo podría la patria sufrir si esta fuese tan solo un concepto esotérico e inmaterial? Sufre porque la patria existe, viva y palpitante en la mente y en el corazón de los ciudadanos. Como tal, Simón Bolívar era el ciudadano por excelencia y su sufrimiento, al contemplar el derrumbe de la Gran Colombia, debió haber sido intenso. Era el inicio de su propio Getsemaní.

domingo, 1 de febrero de 2009

Boletín Especial: El Libertador Simón Bolívar y la Patria (V)

En el primer boletín especial sobre El Libertador Simón Bolívar y la Patria, indiqué que tenía algo importante que agregar en beneficio del cuidado que debemos a su legado histórico. No lo hice en el segundo boletín especial ni en los siguientes (III y IV) ni en este (V) porque ha medida que el tema se desenvolvía, aspectos adicionales continuaban y continúan surgiendo en mi mente los cuales no podía dejar de compartir.

Durante su heroica gesta el Libertador fue impulsado por un gran ideal el cual persistió en él hasta el último momento de su campaña libertadora. Aun en su lecho de muerte este ideal aparece prominente en su Proclama del Libertador a los colombianos del 10 de Diciembre de 1830. Este ideal le permitió enfrentar y vencer gigantescos obstáculos y complejos retos logísticos (el cruce de los Andes, por ejemplo, es señalado por los expertos como el episodio más extraordinario y magnífico en la historia de las guerras) llevados a cabo bajo las difíciles y adversas condiciones, físicas y humanas, que prevalecían en el momento: Ese ideal era la patria grande (La Gran Colombia).

Sin embargo, el 20 de Enero de 1830, de manera odiosamente prematura, el grandioso periplo histórico del Libertador llegaba a su término: Rodeado por última vez de la pompa y fanfarria correspondiente al cargo de Presidente, Simón Bolívar dio su discurso político final, el breve Mensaje al Congreso Constituyente de la República de Colombia. El Libertador ya estaba mortalmente dañado por lo que en ese entonces era una incurable enfermedad. Al mismo tiempo comprendía con toda claridad que su labor había sido salvajemente detenida y que el caudillaje, agazapado en los obscuros recesos del poder usurpado, solo esperaba su desaparición para terminar de destrozar su gran obra y repartirse los despojos.

Nadie podrá ser capaz de discernir lo que pasaba por la mente del Libertador en esos momentos. Además tratar de hacerlo sería una imperdonable audacia. Pero al imaginar al Libertador en la silla presidencial presenciando los actos protocolarios de la instalación del Congreso, no encuentro manera de conciliarme con la idea de la pérdida de esos 20 años de intensa y total consagración a la patria. ¿A dónde fueron a parar los sacrificios, las interminables marchas, los campos enrojecidos con la sangre de miles y miles de muertos, los combates ganados, los reglamentos, las constituciones, los gobiernos erigidos, la adulación de los pueblos liberados? ¿A dónde fue a parar la unión, qué fue de la Gran Colombia?

La Gran Colombia… ¡que extraordinario proyecto! Sus fronteras naturales hubieran sido las costas de los dos océanos y su extensión territorial, de 4,738,500 Km2 habría sido exactamente la mitad de la superficie territorial actual de Los Estados Unidos de América! (9,363,500 Km2). Estaríamos en presencia de una poderosa nación pletórica de todo tipo de riquezas: Marítimas, fluviales, lacustres, del subsuelo, agrícolas, ganaderas y turísticas (desde la imponente cordillera de los Andes hasta la legendaria Gran Sabana), arqueológicas (los monumentos del Imperio Inca, los “extraterrestres” dibujos de Nazca, las viejas ciudades de la floreciente colonia del Virreinato del Perú) contentiva de una exótica y variada fauna y densamente cubierta en muchos sitios por una exuberante vegetación incluyendo una gran parte de la agreste selva de la Amazonía, considerada como la mayor reserva ecológica del planeta.

Pero no iba a ser posible: La acelerada parcelación del hemisferio (que la generación de la independencia recibió unido de España −Virreinato de Nueva Granada y Capitanía General de Venezuela− ) resultado de la ambiciosa y primitiva mentalidad de los caudillos vernaculares que fueron Páez, Santander, Flores, Gamarra y Santa Cruz, cada uno reclamando “su patriecita”, dio al traste con el continentalismo de Bolívar a favor de un nacionalismo criollo que pronto retornaría a los viejos privilegios, a la opresión de los pueblos y a un feudalismo aun más cruento que el colonial que España nos había legado (Indalecio Liévano Aguirre, Bolívar. Caracas 1988, pp. 511, 537).

Es a partir de ese momento que se inicia el largo Getsemaní del Libertador. En menos de diez meses el Sol de Junín arribaría a su ocaso. Un sacrificio no expiatorio porque de este crimen (el asesinato de la Patria Grande, la obliteración de nuestro futuro y la crucifixión de Simón) no hay arrepentidos.