domingo, 21 de septiembre de 2008

Boletìn No. 16: La Desuniòn Latinoamericana y el Tercermundismo

Simón Bolívar murió prematuramente (tenía apenas 43 años de edad), amargado y solitario, paradójicamente al cuidado de un grupo de nobles peninsulares, los mismos que en todo caso, hubieran podido sentir un profundo resentimiento por la gesta libertadora de Bolívar.

José de San Martín, también vilipendiado por los mismos que él había favorecido tan grandemente con sus gestas libertadoras, al igual que Bolívar, terminó en el exilio viviendo al cuidado de su hija en París, sitio donde murió “afortunadamente alejado de los anárquicos sucesos que él mismo había predicho y que siguieron a la independencia de Latinoamérica”.

Ambos líderes, incomprendidos y rechazados aun en nuestros días, sabían que la unión de nuestros pueblos era indispensable para la consolidación de la independencia. Uno de ellos pretendía la unión de Centroamérica, Colombia, Venezuela y Ecuador. El otro, con el apoyo necesario, veía a Argentina, Chile, Perú y (lo que hoy es) Bolivia como una sola entidad política.

El tema de la unión, escribe J. L. Salcedo Bastardo, es el gran vertebrador de toda obra doctrinaria del Libertador Bolívar. En el Manifiesto de Cartagena apunta: “Nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud”. Repite en la Carta de Jamaica: “Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Yo diré lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: es la unión ciertamente”. Ante el Congreso de Angostura, insiste reiterativo: “Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa”.

En los Estados Unidos de Norteamérica (Winston Churchill, The Great Republic, a History of America, Random House, p. 129-130) cuando la nación todavía no había terminado de consolidarse (principios del siglo XIX) el tema de las tarifas federales impuestas a los estados y la regulación de la venta de terrenos de la nación por parte del gobierno central amenazaban con poner en peligro la Unión. Intereses regionales parecían estar en conflicto y eran el tema de las discusiones en el Senado Americano. Fue entonces que Daniel Webster, Senador de Massachusetts, desprendiendose de todo egoísmo sectario, produjo uno de los discursos más elocuentes en la historia de ese país, un discurso que impresionaría al mismo Presidente de los Estados Unidos (Andrew Jackson) de una manera tal que lo haría cambiar su abordaje autoritario al problema por uno más conciliatorio, abortando por el momento, la inminente crisis secesionista:

“Es a esta Unión” dijo Webster “que debemos nuestra seguridad en casa y la consideración y dignidad que recibimos del exterior… Esta Unión que hemos alcanzado por la disciplina de virtudes logradas en la escuela de la adversidad… Señores, no me he permitido mirar más allá de la Unión y ver lo que se encuentra agazapado en las obscuras cavidades y resquicios del otro lado. No he tratado de habituarme a la idea de caminar al borde del precipicio, e intentar adivinar lo que se oculta en el fondo del abismo. Mientras se mantenga la Unión, tendremos a nuestro alcance y del de nuestros descendientes, elevados y excitantes prospectos (de prosperidad, seguridad) desplegados frente a nosotros. No quiero penetrar el velo para ir más allá. Que Dios prevenga que en mis días esa cortina se levante! Que Dios me otorgue no ver lo que se encuentre del otro lado! Que cuando mis ojos se vuelvan por última vez para contemplar el sol en el firmamento, sus rayos no caigan sobre los deshonrosos y separados fragmentos de lo que habría sido la gloriosa Unión; que no muestre estados cercenados, discordantes y beligerantes pugnando sobre una tierra corroída por los feudos y bañada, según sea, en sangre fraternal!”

Webster nunca tuvo que contemplar semejante catástrofe. La Unión se mantendría y brillaría magistralmente hasta nuestros días.

Pero no iba a ser fácil. Con el profético instinto del hombre de la frontera, el Presidente Jackson dijo: “El siguiente pretexto (para la secesión) será la cuestión de los negros y la esclavitud”. Pero otro hombre de la frontera en Indiana, joven e idealista, también se había sentido profundamente conmovido por las palabras de Webster. Su nombre (escribe Churchill con emoción) era Abraham Lincoln.

Simón Bolivar, al contrario de Webster, enfermo y agonizando, rechazado por todos (aun por Manuela Sáenz) tuvo que ver cabalmente el colapso y degeneración de su monumental obra. Cuando sus ojos se abrieron para contemplar el firmamento por última vez, los rayos del sol ya caían sobre el apocalíptico panorama de una latinoamérica “cercenada, discordante y beligerante, pugnando sobre una tierra corroida por los feudos y bañada, según sea, en sangre fraternal”. Con esa horrible visión final muere el héroe de América.

Con la muerte de Simòn Bolìvar y el exilio de Josè de San Martìn, desaparecìan de la escena los dos ùnicos individuos capaces (por su visiòn, entrenamiento militar y genialidad legislativa) de rescatar a latinoamèrica del foso tercermundista en que ya empezaba a caer.

Con esto tambièn da comienzo la era de los caudillos latinoamericanos, la cual era perduraría hasta nuestros días.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Boletìn No.15: La Independencia y el Tercermundismo Latinoamericano

Hay una clara relación entre el nivel cultural de un pueblo al tiempo de su independencia y la situación socioeconómica de dicho pueblo en los momentos actuales (principios del siglo XXI). A comienzos del siglo XIX, los grandes líderes latinoamericanos de ese entonces, Simón Bolívar y José de San Martín con asombrosa clarividencia prevenían al respecto de los peligros que nuestros países enfrentarían, en el período post-independentista, como consecuencia de la inexperiencia democrática, natural desorganización social, falta de principios e incivilidad (el llamado poder moral) de sus empobrecidas masas. Para evitar que lo anterior hechara por tierra la consolidación de la independencia del cono sur y el proyecto de La Gran Colombia, estos líderes se habían trazado y propusieron, notables estrategias dirigidas a neutralizar la evidente amenaza que se cernía sobre nuestros pueblos.

Ambos hombres (Bolívar y San Martín) entendían la necesidad de terminar el coloniaje al que estaban sometidos nuestros pueblos con España. Ambos enfrentaron por ello peligros mortales y grandes privaciones y sufrimiento. Además ambos concordaban en que nuestros pueblos no tenían la preparación necesaria para enfrentar el trabajo administrativo y político que demandaba la vida independiente. Ambos coincidian también en la necesidad de crear un sistema político centralizado que con autoridad y firmeza garantizara los tres elementos fundamentales de la independencia: Libertad, unión y bienestar para todos.

San Martín resumía su posición diciendo: “… creo que es necesario que las constituciones que se den a los pueblos estén en armonía con su grado de instrucción, educación, hábitos y géneros de vida, y que no se les deben dar las mejores leyes pero sí las más apropiadas a su carácter, manteniendo las barreras que separan las diferentes clases de la sociedad, para conservar la preponderancia de la clase instruída y que tiene que perder.”

Simón Bolívar tenía una posición aún más radical y clara en cuanto a la situación de América del Sur. Ante el Congreso de Angostura, en febrero de 1820 dijo: “Uncido el Pueblo Americano, al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía, y del vicio, no hemos podido adquirir, ni saber, ni poder, ni virtud. Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción” Y más adelante: “Un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad consiste en la práctica de la virtud; …que las buenas costumbres, y no la fuerza son las columnas de las leyes; que el ejercicio de la Justicia es el ejercicio de la Libertad. Así Legisladores, vuestra empresa es tanto más ímproba cuanto que tenéis que constituir a hombres pervertidos por las ilusiones del error y por incentivos nocivos.”

En Guayaquil (Ecuador), el año 1822, estos dos prohombres, Bolívar y San Martín, se conocieron y discutieron, a pedido de San Martín, el futuro mismo de Hispanoamérica. La razón era que San Martín enfrentaba una profunda crisis política y militar: Chile que había prometido reforzar por el sur los ejercitos de San Martín, declaró que no podía hacerlo: Carecía de recursos. Por otro lado, la ayuda acordada por Argentina, cuyos ejércitos deberían atacar por el Alto Perú (hoy Bolivia) en caso necesario, tampoco podía darse: El gobierno argentino había sido derrotado por las temibles y salvajes “montoneras”.

Bolívar por el contrario, en ese crìtico año (1822) se encontraba en el mejor momento de su poder físico, político y militar.

José de San Martín y Simón Bolívar eran similares en todo a lo que respecta a su visión de creer en una hispanoamérica independiente (de España), en cuanto a la naturaleza de sus problemas, pero tambièn en reconocer su inmenso potencial. Ambos eran extraordinarios líderes militares y ambos habían consagrado su vida a la causa independentista. Ambos promovían la unión de nuestros países alrededor de un gobierno central fuerte. Pero en este punto aparentemente diferían porque San Martín concebía esa autoridad bajo la forma de una monarquía, mientras que Bolivar era firme partidario de definir una presidencia vitalicia hereditaria. La realidad es que en el fondo, hay muy poca diferencia entre la una y la otra.

Pero en lo que realmente diferían era en que José de San Martín, en Guayaquil, era un hombre derrotado, que se había dado cuenta que la violenta expansiòn de la anarquía ya no podría ser contenida. En cambio Simón Bolívar todavía se negaba a pensar de esa manera.

Pero en menos de ocho años, él también la vería venir asomando su diabólica faz y después la verìa tambièn de cuerpo entero, arremetiendo desde su misma tierra natal, sitio desde donde los caudillos del momento producirían la siguiente infame declaración oficial: “Que siendo el general Bolívar un traidor a la patria, un ambicioso que ha tratado de destruir la libertad, el Congreso lo declare proscrito de Venezuela.”

domingo, 7 de septiembre de 2008

Boletìn No. 14: Darwinismo Social y Tercermundismo en Latinoamèrica (IV)

En Venezuela, durante la época de la colonia, los indios que habían sobrevivido a las grandes matanzas, trabajaban como esclavos en las haciendas de los creoles. Esta actividad era compartida por esclavos negros provenientes de África y de la región caribeña. Censos eclesiásticos de la época revelan la enorme cantidad de personas que, viviendo bajo estas condiciones de esclavitud, trabajaban mancomunadamente en dichas haciendas.

En esos días, levantar el censo rural era la responsabilidad del cura de cada zona y caserío. En los sitios de su jurisdicción, este dedicado funcionario se desplazaba por el camino principal y entraba en cada casa que encontraba en ambos lados de la calle o camino. En estas, con la familia reunida, el eclesiástico anotaba el nombre y apellidos de cada uno de ellos, incluyendo bisabuelos, abuelos, tíos y otros parientes residiendo en la casa. Pero también anotaba, en dos columnas, el nombre de los esclavos: en una columna los esclavos indios y en la otra los esclavos negros (solo el nombre, pues no se les concedía apellido) tomando nota de los que todavía no habían sido bautizados (microfilmes de dichas actas, donado al archivo genealógico de la IJSUD por el Dr. Germán Fleitas Núñez, notable cronista e historiador venezolano). Estos venerables registros muestran que en cada casa/hacienda había entre 20 y 30 esclavos indios y otros tantos esclavos negros. Esto traería notables consecuencias en cuanto a la conformación poblacional futura.

Porque bajo esas condiciones, en la obscuridad de miserables ranchos o entre los arbustos, quebradas y camburales aledaños, consensualmente algunas veces, forzadamente las más, se propició la mezcla de estas dos razas y después, la de sus descendientes entre sí, evento que continuaría durante los siguientes doscientos años hasta nuestros días, para dar origen a lo que hoy constituye el 70% de nuestra población. Basta con observar el fenotipo de nuestros criollos para advertir en ellos, en variable proporción, la presencia de los característicos rasgos propios de ambas razas.

Sin ir muy lejos, el Presidente Chávez es un criollo clásico que muestra tanto características negroides (el cabello, los labios) como indígenas (ojos pequeños, cuello corto, extremidades también cortas con manos y piés pequeños, piel lampiña y marcada tendencia a engordar bajo la típica dieta occidental rica en carbohidrartos y grasas).

(Para evitar malos entendidos me extenderé un poco más para mencionar que una de mis abuelas era una indígena perteneciente a la tribu Quiché (restos de lo que fuera el notable imperio Maya y autores del libro Popol-Vuh, especie de biblia Maya) y uno de mis abuelos era una mezcla de Azteca con (probablemente) español a medias de segunda generación y de no muy notable alcurnia por cuanto se desempeñaba como peón de una finca en California, cuando esto era todavía territorio mexicano. Una antigua foto de mi padre muestra en él, los rasgos de la inconfundible armonía facial maya).

Por cierto que la capacidad innata al desarrollo de los antiguos talentos se manifiesta en los descendientes mayas actuales: Facilidad para actividades artísticas, en particular la música, la pintura y las manualidades; gran talento para las matemáticas. Tremenda resistencia fìsica especialmente para largas caminatas y trotes. Al menos esto en mi experiencia pero también es probable que estos individuos pudieran llegar a ser arquitectos excepcionales, grandes astrónomos, médicos de primera linea. Estas conclusiones se desprenden de mis años de primaria y secundaria (en Guatemala) en una escuela católica para varones, cuyo fundador y director era el Arzobispo de dicho país (Mons. Mariano Rossell y Arellano). Este prelado se preocupó de que 50% de los estudiantes fueran indígenas puros, escogidos por él mismo, los cuales eran, con el consentimiento previo de sus padres, becados por la parroquia. No solo se les proveía con todo lo que necesitaban para sus estudios sino que además disfrutaban de dormitorio, comida y uniformes. En otra entrega compartiré mis experiencias al lado de estos hermanos indígenas.

Habiendo desarrollado todo lo anterior (ùltimas cuatro entradas) estamos listos para abordar el meollo del asunto: ¿Qué originó nuestro tercermundismo? Y ¿Qué lo nutre y profundiza?

Boletìn No. 13: Darwinismo Social y Tercermundismo en Latinoamèrica (III)

Prácticamente todos los latinoamericanos descendemos, en mayor o menor grado, de las tribus aborígenes que habitaban el continente antes de la venida de Cristobal Colón (los llamados amerindios, aunque excluyendo a los aborígenes del extremo norte del continente) en combinación con elementos europeos, africanos y otros. Muchos son descendientes puros de estos pioneros americanos naturales, como la mayoría de los guatemaltecos, ecuatorianos, peruanos y bolivianos.

Es posible y quizás amerite hacerlo más adelante, describir la evolución de estos primeros habitantes y las fuerzas naturales y sociales que participaron en su desarrollo, divergencia cultural y separación continental hasta alcanzar esos asombrosos niveles del intelecto y voluntad que fueron los imperios Azteca, Maya e Inca. Desafortunadamente el germen de su autodestrucción estaba ya firmemente plantado en su estructura social.

Estos imperios fueron impresionante ejemplo del sedentarismo agrícola que hizo posible su enorme mobilidad cultural. Estudiar las causas que precipitaron su colapso (por cualesquiera mecanismo final, sea este biológico, físico o social) es de gran importancia por cuanto estas son parte crucial de los eventos que de manera cruenta moldearon nuestra personalidad. El “arribismo” como proceso responsable de la aparición de la cúspide decadente al tope de la pirámide social de estos imperios (Darwinismo Social) determinó la caída de los mismos.

Los indoamericanos de lo que hoy es Venezuela eran (y todavía son aunque su población haya sido casi totalmente diezmada) grupos nómadas que vivìan de la recolecciòn y caza. Estos nunca formaron parte ni se derivaron de algún imperio anterior y durante millones de años han sobrevivido sin utilizar la agricultura como recurso de supervivencia. Esto no se debió a falta de capacidad para encontrar ese camino sino a las circunstancias de su medio el cual es inapropiado para este tipo de actividad. Agriculturistas tropicales (como William C. Paddock, citado por Helen y Frank Schreider en Exploring the Amazon, p. 84) han demostrado que “de todas las tierras del mundo, el suelo de la selva lluviosa amazónica es el más pobre en nutrientes. Sus gigantescos árboles protegen el terreno del efecto deshidratante de los rayos del intenso sol tropical y previenen la erosión que las constantes lluvias de otro modo provocarían. Además el tupido follage de estos árboles surte y mantiene viable el composte de hojas con que se cubre y proteje su atenuada superficie”.

Por otro lado, estos pequeños grupos de indígenas (no más de 25 a 50 individuos en cada grupo), a pesar de su obligatoria inmobilidad cultural, están prodigiosamente adaptados a la vida nomàdica, único estilo de vida permisible en el Amazonas. Ni los más experimentados exploradores modernos se atreven a alejarse mucho de sus campamentos para no sufrir las fatales consecuencias en que inumerables aventureros foráneos han terminado, empezando por el español Francisco de Orellana quién en 1546, buscando El Dorado, fue la primera víctima no local de las selvas del Amazonas.